viernes, 7 de enero de 2011

PARA TODO HAY QUE SABER


            Cazar es una actividad ancestral y quizás sea por ello que este “deporte” tenga tantos adeptos.
Para un niño como yo, era un desafío mayúsculo mirar la trampa esperando al jilguero que pisara el palito y quedara atrapado por el solo hecho de querer comer.
Apenas veía posarse alguno sobre la jaula del llamador, el corazón se me salía del pecho latiendo como una máquina de vapor, esperando que el pobrecito perdiera la libertad.
Claro, hoy sería incapaz de cazar, ni siquiera a una hormiga, pero la inocencia de los niños suele ser impiadosa y a ellos no les importaría desmembrar a una mariposa o un caracol.
Después que se espera un tiempo, generalmente largo, llega el momento en que la pobre ave, hipnotizada por esos granos amarillos y lustrosos por el sol de la tarde, queda atrapada.
Es entonces cuando yo, emocionado por el trofeo conseguido, trataba de cobrar la presa introduciendo la mano dentro de la jaula tomando al infortunado pajarito mientras éste bate las alas con desesperación.
Ese era el momento culmine,  en donde la  la emoción se tornaba torpeza, porque para no apretar demasiado al pajarito y no ahogarlo,  lo agarraba con cierta delicadeza y el resultado era siempre el mismo; el pajarito se escurría entre mis manos y se echaba a volar invadiéndome la frustración y el desconsuelo.
Hoy en día, cierto es que esto no me sucedería, porque aprendí como tomar un pajarito con las manos sin dañarlo y sin que éste tenga posibilidades de escapar.
Aunque jamás podría divertirme cazando nada viviente, mi reflexión es, que a veces la vida pone ante nosotros algo muy anhelado y que por la emoción o por la torpeza no sabemos como tomarlo y al final se nos escapa, dejamos que eso tan deseado se nos vaya.
Para todo hay que saber, hasta para ser felices y este aprendizaje solo se puede pagar con la divisa más cara del mundo: el tiempo. Santiago
7 de enero del 2011