martes, 22 de mayo de 2012

LO QUE HAY DETRÁS DE CADA VIDA




                          
                       Cierto día, caminando por una de las estrechas veredas del centro de mi ciudad, alguien que iba delante de mí, tomó un objeto, quizá perdido y sin detener su paso lo tomó, para luego volverlo arrojar sobre la misma acera con un gesto de desprecio.
Yo que lo observaba intrigado, estaba ansioso en saber que era esa pequeña cosa y cuando quise ir a tomarla, otra persona se me adelantó y sin detenerse e inclinándose un poco de costado, extendió su mano y con gran destreza lo levantó.
Mientras esa persona seguía caminando y moviendo su cabeza como si hablara solo, llevaba ese cubo color lila tomándolo con dos dedos, como si éste estuviera sucio, para luego dejarlo caer con total indiferencia.
Otro señor, que ocasionalmente caminaba junto a mí y que observaba todo este panorama, se me acerca y me dice: ¿ha visto como la gente irrespetuosa tira las cosas en la calle, en vez de usar el papelero?
Francamente, apenas le presté atención a ese señor, porque a decir verdad, estaba intrigado en saber que era ese desdeñado objeto.
Esta vez, acelerando mi paso, me acerco y por fin lo tomo entre mis manos y deteniéndome, lo observo; descubro entonces que es un estuche similar a todos los que se usan en joyería.
Tratando de dominar mi impaciencia, traté de irme fuera de la escena, lejos de testigos, para ver que tenía ese envase; después de todo, éste había sido menospreciado por otra persona, de modo que nada valioso abría allí dentro.
Por fin, después de recorrer unas cuadras lo abro y veo que en su interior hay una llavecita recostada sobre una flor disecada.
Revisé detenidamente todo, pero no encontré nada más. Mientras giraba el estuche, observé una etiqueta que al parecer era de la tienda donde éste había sido vendido.
No lo pensé dos veces y ese mismo día fui a ese local comercial.
Efectivamente, al llegar me encontré que era una casa de fornituras para joyeros, precisamente sobre la calle Libertad. Me atendió una señora muy anciana, la cual me dijo que era viuda y que estaba en ese ramo desde el año 1937. Cuando terminó de contarme toda su historia y ya estaba medio exhausto, me dice: ¿señor, en que le puedo servir?
 -Yo le dije- Señora, es evidente que usted es una dama de otra época, porque si fuera una empleada joven, en el mejor de los casos y con falsa generosidad me hubiera dicho, ¿te puedo ayudar? En el momento, le confesé que no necesitaba comprar nada, sino obtener una simple información y mostrándole el envase, le pregunté si podría recordar al cliente que lo había comprado. Mire, me dijo, yo no ando muy bien de la memoria, pero mi hija para esto es infalible; vaya al local de enfrente, ella ahora atiende allí y seguramente algo recordará.
Me fui agradeciendo y a paso rápido me dirigí a ese local de venta mayorista. Enseguida la identifiqué;  era una señora un poco excedida de peso, con el cabello teñido de rubio y con unos aros colgantes muy grandes y el aspecto típico de una madraza judía y mientas aún no había terminado  de atender a otro cliente ella me dice. ! ¡Que bueno que trajo la cajita!
¿Porque? –Le dije totalmente sorprendido y mirándola con mis ojos desorbitados- ¿la conoce?
Si, es la única de color lila con rayas amarillas que vi en mi vida y pertenecía a mi mejor amiga.
 –Quiero ver a esa mujer, ahora mismo si es posible, -le dije-
Lo lamento señor, pero ella falleció ayer.
Hace algún tiempo, ella me había dicho que alguien iba a venir con lo que usted trae en la mano, buscando esta encomienda, de modo que lo estaba esperando.
Sin pérdida de tiempo extendió su mano y me alcanzó algo envuelto en papel estraza.
Me quedé enmudecido y sin saber que decir, me fui con el paquete. Al llegar a la esquina, me senté en una de las mesas del primer café que encontré   y abriendo el envoltorio vi que era un libro con un pequeño cerrojo, de esos para preservar la intimidad…
No había duda alguna: la cajita, la llavecita y el libro pertenecieron a la misma persona. ¡No lo podía creer!
En la primera página decía: Aquí está la historia de mi vida.  Sé que ésta es irrepetible y no por ser una más la iba a dejar en el anonimato. Todas mis intimidades ahora le pertenecen y si quiere leerlas o no es asunto suyo. Yo por mi parte me doy por conforme si lee las últimas frases que escribí en este libro.
No me alcanzaban los dedos para correr las páginas y al llegar a la última hoja, con un simple golpe de vista, descubrí el siguiente texto:
-Le pido disculpas por el trajín que ha tenido con este encuentro y le doy las gracias por haberse interesado en mi persona, mi historia, en definitiva, por su vocación de saber que es “lo que hay detrás de cada vida”.
Con el libro haga usted lo que quiera, pero guarde el estuche tal como lo encontró, pues, algún día, también habrá alguien que lo recogerá.-

Santiago, mayo de 2012