miércoles, 26 de marzo de 2014



 
LA ARGENTINA, UN PAÍS DE SÍNTOMAS.
Autor, Santiago V. Da Ré, marzo de 2014
Últimamente, mucha gente se ha preguntado: ¿Cómo puede ser que nuestros gobernantes falseen con tanta naturalidad las estadísticas o  disfracen la cruda realidad económica?
Es sabido que la mejor manera de engañar, es comenzando por autoengañarse, “creérsela” en términos porteños. Esto no es algo nuevo; desde antaño los actores, los vendedores de lociones para hacer crecer el cabello, ente muchos,  lo saben a la  perfección.
Nosotros, que teníamos el mejor futbol del mundo, la mejor carne del mundo, hoy, debemos estar orgullosos por haber superado a todos en dos aspectos espectaculares: la inflación, la mendacidad y la calidad histriónica de nuestros gobernantes, que a pesar del descalabro económico y social, siguen teniendo su buena cantidad de representantes en el congreso. 
Mientras hablan de “la década ganada”, gastan fortunas en “circo para todos” y reparten subvenciones a troche y moche. Claro, no dejan de llevar sus rupias a sus casitas, escandalosamente y en grandes bolsas de cartoneros, siempre, claro está, con el peso bien controlado, porque en ese aspecto, todo se hace con la mejor técnica de  distribución y logística.
Uno de los trucos más potentes empleados por nuestros gobernantes y muchos políticos que quieren congraciarse con “la gente”, es hablar de los síntomas en vez de las causas.
 Esto sucede porque a los políticos les cuesta menos mitigar u ocultar los síntomas, que resolver el origen del problema. Saben que solucionar un problema estructural o duradero a veces se paga con un costo político o se le “regala” la inauguración al próximo que venga. Siempre prefieren dejar la solución de las cuestiones de base “para más adelante y dejar que se ocupen otros de esos temas”.
En cuanto a la medicina que emplean, siempre usan fármacos livianos; esos de “venta libre y popular”, simplemente  porque requieren relativamente poca inversión, son de efecto inmediato y contentan al enfermo con terapias placenteras.
Por otro lado, un poco por la prédica de políticos y ciertos periodistas “copiones”, es que se tiende a confundir enfermedad con síntoma, sobre todo, en problemas que parecen inconexos.
Por ejemplo, hay una enfermedad oculta que produce pérdida de visión y llagas en los pies y la tendencia del lego, sería tratar únicamente lo que parece evidente; los ojos y/o los pies.
Salvo que se esté  algo informado sobre medicina, la gente no piensa que el origen del problema es la diabetes y no algo particularmente radicado en la vista o los pies; en ese caso, es evidente que hay que empezar por tratar la diabetes, la causa del problema, de lo contrario se perderá la vista y los pies.
A mi modo de ver, también la inseguridad es un síntoma y no una causa.
Algunos dicen que ésta se combate con más policías en la calle o más patrulleros; otros,  con muchas cámaras de seguridad y hasta hay otros, que proponen cambiar las leyes. Todos buscan complacer a la gente con soluciones banales, omitiendo la solución de fondo de la Argentina y que los brasileños, como ayuda de memoria, la tienen escrita en su propia bandera: Orden y Progreso.
En este sentido, los únicos exentos de culpa son los sanitaristas, que lamentablemente no se ocupan de la seguridad. Dicen que para combatir el dengue es necesario eliminar el lugar donde se generan los mosquitos. “Hay que evitar que éstos se reproduzcan”,  no eliminarlos de a uno por vez; esto último es estúpido,  repiten con sabiduría.
En cambio los políticos dicen que podrían terminar con el problema de la inseguridad combatiendo a los delincuentes de a uno, a sabiendas que,  por cada  delincuente neutralizado, al mismo tiempo se están generando cientos de ellos en ese caldo de cultivo que es la indigencia, las villas miseria, la desnutrición infantil, la ausencia de educación y la droga de los marginados, tal como es el paco.
Sin lugar a duda, el criterio de los demagogos y punteros políticos,  es contraria a la recomendada por los sanitaristas del ejemplo.
Hoy por hoy, el nuevo asentamiento en Villa Lugano, bautizado “Papa Francisco”, muestra  con dramatismo lo imparable de esta realidad argentina.
Para citar otro tema  de actualidad con relación a la seguridad, el gobierno está distrayendo a la gente con la propuesta de cambiar el Código Penal. Es obvio que, para los políticos populistas, es más fácil cambiar un código, que cambiar a un país; en ninguno de los muchos países considerados normales, existe la inseguridad como problema nacional y en muchos de ellos han pasado décadas sin ningún policía asesinado.
La inflación es otro síntoma. Sin pretensión de sustituir con dos palabras a toda una biblioteca de economía, me permito repetir que el origen del problema, es también la ausencia de “Orden y Progreso”; lo que nosotros llamamos “la madre del borrego”.
La inflación desmedida es el síntoma más preocupante del país y en el nuestro indica niveles mortales de desorden económico y social.  En nuestra sociedad, la inflación se manifiesta en la falta de seguridad, tanto la social como la personal o física, falta de educación, falta de salud, falta de inclusión social  y tantas otras faltas, que como en el caso de Venezuela, hasta la falta de papel higiénico.
La inflación sostenida tiene efectos adversos, aún para sindicalistas, que mientras festejan alegremente paritarias exitosas, ocultan a sus trabajadores que tarde o temprano tendrán un destino atroz: el desempleo.
Ya en el gobierno del Tte. Gral. Perón de 1953 se empleaba como terapia alternativa para la inflación el “Control de Agio y la Especulación” que continúo con otras magias económicas hasta el día de hoy, en el cual, el gobierno y sin originalidad alguna, emplea el mismo genérico con el nombre “Precios Cuidados” para disminuir el indicador de este síntoma, cuyo origen es el desquicio en la gestión y la corrupción generalizada.
Si alguien tiene alguna duda sobre la inflación, basta pensar en las sucesivas cirugías estéticas que tuvo nuestro billete, sacándole 13 ceros a nuestra moneda, dando al Soberano, ráfagas de felicidad y creándole la ilusión de que su peso era más fuerte que la libra esterlina. Pero este gobierno de década ganada, no se queda atrás de sus antecesores del mismo signo político: ahora están pensando lanzar al mercado billetes de mayor valor nominal, aunque esta solución está un poco demorada por unos problemitas con la calcográfica.
La decadencia de la Argentina también se puede observar con el aumento exponencial de la producción de drogas peligrosas y la radicación de narcotraficantes en nuestro territorio.
En todos los países existe el consumo de estupefacientes, pero el dominio de la calle por parte de los narcotraficantes es patrimonio de los países vencidos por el fracaso y la corrupción del estado. Paragonando un refrán popular podría decirse, “a todo país que camina, no se le paran moscas encima”. La corrupción del  oficialismo ha llegado a niveles grotescos, donde están escandalosamente sospechados los primeros mandatarios y muchos jueces oficialistas.
Pero esta desgracia también es aprovechada por los mismos gobernantes inescrupulosos; ahora tienen a un ente intangible e invisible a quién inculpar de muchos de los desastres de la Argentina: “la culpa la tienen los narcotraficantes” dicen, mientras piden más policías, más gendarmes y ahora, hasta del Ejército Argentino, de acuerdo a la moción presentada por la conspicua líder defensora de los derechos humanos y Sueños Compartidos. Ya nada es poco en la imaginación de nuestros gobernantes.
Por último,  no sería consecuente con mis ideas de ciudadano independiente, si no hablara de mi (nuestra) responsabilidad en todo este desastre nacional.
Repitiendo lo que escuché alguna vez, digo: “un pueblo que elige a corruptos no es víctima, es cómplice.”
No por nada Eladia Blazquez retrataba a los argentinos “ con tendencia al melodrama y a enredarnos en la trama por vivir en la ficción”. ¿Será ésta la razón por la que muchos siguen pensando en este justicialismo interminable? La verdad histórica dice que el PJ es el que nos gobernó la casi totalidad de estos últimos 60 años y al final de cada período desastroso, la solución siempre desembocó en lo mismo; “sale uno y entra otro, eternamente del PJ”.
A mi modo de entender, en el 2015 habría que dar una oportunidad a otras fuerzas políticas para que gobierne el país y dejar que el justicialismo se purificara, se actualizara,  para que pudiera volver en el futuro y compartiera el mismo camino con nuestros vecinos, Chile, Uruguay y Paraguay que nos están humillando con su lento, pero constante desarrollo. Del Brasil, ni hablar, está tan adelante de nosotros que ya casi lo perdemos de vista.
Sé que este cambio será  indeseado para los que llevan en su corazón una imagen casi religiosa de Perón y Evita, pero primero está el país y  sobre todo y sin retórica, nuestros hijos y nietos.
Después de todo, en el mundo,  hay países que no tuvieron el privilegio de contar con Perón y Evita y les va muy bien, con lo cual es evidente que el  justicialismo no es imprescindible en ningún lado del paneta.