miércoles, 21 de noviembre de 2012

DONDE SE GUARDAN LAS MARIPOSAS


                     Buenos Aires tiene esquinas muy particulares;  Cnel. Díaz y Santa Fé es una de ellas.
Estaba sentado en uno de sus bares, junto a la ventana, cuando de pronto veo que pasa Marco, mi amigo de toda la vida.
Hacía mucho tiempo que no lo veía y ya no nos hablábamos como  lo solíamos hacer;  no sé porque, estábamos distanciados.  El café se derramó sobre la mesa cuando intentaba golpear el vidrio para llamarle la atención, mientras  a mí alrededor y detrás de los periódicos,  asomaban los anteojos de los clientes, como buscando una excusa para descargar bronca de tanta bazofia política.
 Salí corriendo del café y arriesgándome a que algún mozo me parara en seco,  me abrazo con este amigo  del alma, que sin lugar a dudas, sé que moriremos a un tiempo, como decía un tal Juárez en “Mi Bandoneón y Yo”.
¿Cómo estás Marco? ¿y vos Nacho?  Y así caminando lentamente, llegamos a la mesa donde me esperaba un café frío.
Hay momentos en la vida en que uno ve que está perdiendo sustentación  y empieza a caer –le dije-y aunque uno no  mire el altímetro y se obstine en seguir, siempre aparece alguna institución al servicio de la comunidad, poniéndole límite a nuestras ambiciones de continuar viviendo como un joven competitivo.
A ver, dame un ejemplo Nacho-dijo mi amigo-mientras ponía azúcar a su café  y revolvía más de la cuenta.
Me refiero a muchos casos que le está pasando a gente de nuestra generación y de tantas otras.
Por ejemplo, si vas a pedir un crédito, no te lo otorgan, al tiempo que te muestran las cifras de la estadística de mortandad; ni hablar si vas a renovar la licencia de conducir, te revisan con obstinación.
Marco me interrumpe diciéndome: los años pasan, sabemos que hay que darle para adelante y usando tu lenguaje aeronáutico, el asunto es  mantener la velocidad todo lo que se pueda y “no entrar en pérdida” como le pasa a cualquier avión.
 Interrumpiéndolo le dije: explicate mejor Marco.
Él poniéndome la mano sobre el hombro me dijo:    mira, la explicación es muy técnica, pero voy a tratar de decirte lo que pienso:
Son las alas las que sostienen a un avión.
El ala tiene que enfrentar al viento para lograr la sustentación,  pero no basta con que ésta lo corte ofreciendo la mínima resistencia,  sino que el ala debe colocarse en un ángulo tal que presente  alguna oposición al viento.
Esto los pilotos lo saben y  para logar la máxima sustentación, sobre todo cuando se disponen a aterrizar a muy baja velocidad,  colocan la posición de las alas lo más opositoras posible, aunque claro, también saben,  que si esta oposición aumenta más allá de cierto valor, bruscamente y sin aviso, se pierde la  sustentación y el avión se descuelga como si le hubieran cortado los hilos a una marioneta.
Hay que saber hasta dónde oponerse al viento
Escúchame Marco: ¿y a que viene tanta tecnología?
En la vida hay que oponerse a las circunstancias desfavorables, sobre todo a las naturales causadas por la acción del tiempo,  pero cuidado; cuando la oposición va más allá de lo que permite la naturaleza, corremos el riesgo de caer bruscamente y sin remedio  y en estos casos  no siempre funciona el sentido común.
 Ningún piloto novel, sale de una pérdida usando la intuición; para salir de ésta, los profesionales practican una y mil veces, aunque lo recomendable es evitarla y estar siempre atento a las alarmas de navegación.
¿Quieres decir que tengo que hacer un curso? , dije yo,  estupefacto, acompañando mi pregunta con las manos.
No, todo lo que tienes que saber, ya lo sabes;  el asunto es donde buscar el manual. Por ejemplo no uses lo que te ordene la intuición o el corazón, en estos casos ambos pueden equivocarse y  es posible que entres en barrena.
A mi entender, un buen lugar para buscar lo aprendido sería en tus vísceras; en tu estómago. ¿Acaso olvidaste donde guardabas las mariposas?
Santiago, noviembre 2012
 Nota
Los lectores de “De la mano con Santiago” saben que Nacho, Marco y el autor son la misma persona

No hay comentarios:

Publicar un comentario