lunes, 28 de enero de 2013

NO HAY MUCHA GENTE IGUAL





                                   
                               La mañana es testigo de gente apurada que va a sus empleos, sin tiempo para la observación, pero para otros como yo, que a diario disfrutamos del parque Las Heras, tenemos la oportunidad de ver dentro de este paisaje a una señora, cuya tarea de voluntaria, es la de levantar papeles, botellas y otros objetos abandonados por los transeúntes y displicentes usuarios del parque.
Cada vez que la veía, me preguntaba porque esta señora lo estaría haciendo, cuál sería su motivación para realizar esta tarea comunitaria, ¿acaso le debe algo a la sociedad o tiene algún síndrome particular?
Una y otra vez la miré con atención, hasta que mi curiosidad pudo más que mi prudencia y me acerqué a ella diciéndole, ¡buen día!
Una serena sonrisa, bastó para darme ánimo y seguir con las preguntas. Vea señora, yo en mi próxima vida quisiera ser periodista y ahora que soy jubilado estoy practicando, de manera tal, de estar mejor preparado para cuando tenga esa nueva oportunidad  ¿no querrá usted que le haga una entrevista?
Sí, encantada - me respondió-me llamo Julia Suárez y vivo allí en donde está ese balcón con plantitas, mientras me señalaba con el dedo la ubicación de su departamento.
Vea-me dijo-esto para mí es muy gratificante. Hacer algo en favor de la comunidad me da felicidad, es decir, en realidad recibo cuando doy.
Por otro lado, como educadora me gusta sembrar  y esto en la práctica significa impartir cultura y no hay como el ejemplo y las acciones concretas para cambiar los hábitos de la gente. Es muy posible que haya personas, que viendo lo que hago, de ahora en adelante, usen el cesto de los desperdicios.
Por favor, cuénteme algo de su vida.
Soy licenciada en Ciencias de la Educación y era titular de la cátedra Observación, Práctica y Resiliencia  para docentes; ahora estoy jubilada  y tengo tres hijos, uno de ellos en el exterior.
Mientras escuchaba su historia y me fascinaba la finura de sus modales, vi en su madurez  una  eterna juventud y una serenidad asiática envidiable.
Nos despedimos y ahora cada vez que giro alrededor del parque, sin interrumpir mi marcha aeróbica, tengo con quién compartir un saludo y una sonrisa…  y eso también es maravilloso. Santiago

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